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Andy's Peich

EL POP COMO ANTÍDOTO

EL POP COMO ANTÍDOTO

Era el último día del verano, pero en el paseo marítimo parecíamos disfrutar de una mañana perfecta de principios de julio: el océano Atlántico relucía bajo un cielo sin nubes, y el aire húmedo estaba mitigado por una suave brisa salada. Miré por encima de la playa vacía, más allá de las tiendas de recuerdos y los bares recién pintados y de toldos verdes recién puestos, hacia la orgullosa mole victoriana del viejo casino, y tuve la sensación de que me había colado en una canción de Bruce Springsteen (no sé, quizá Fourth of July, Asbury Park. ¿O resulta demasiado obvio?).

Llevaba toda la mañana con ese sentimiento, no menos fuerte porque lo hubiera provocado yo mismo. Muy tempranito, mi chica -es decir, mi esposa desde hace casi 20 años- y yo habíamos cerrado la puerta de un portazo, habíamos dejado a los niños en el colegio y habíamos emprendido viaje carretera abajo, a través de los peajes de la autopista del Garden State en nuestro Volvo familiar. Llevábamos en el coche un ejemplar de promoción del nuevo disco de Springsteen, Magic, además de prácticamente todo su catálogo en el iPod. Y ahora íbamos por Kingsley, con la idea de tomarnos un latte. Una nueva oportunidad de vivir la vida, ¡como auténticos vagabundos, baby!

Nuestro propósito no era soñar, sino contemplar el ensayo de la E Street Band y luego oír lo que el artista tenía que decir sobre el nuevo disco, la próxima gira y cualquier otra cosa que se le ocurriera. Musicalmente, Magic es uno de los discos más optimistas y accesibles de su carrera, pero, al mismo tiempo, sus temas y sus historias hacen de él el más político. Una vez más, se dispone a salir a la carretera mientras se calientan los motores de las próximas elecciones presidenciales.

"Me gusta salir de gira en estos periodos", me dijo después, cuando nos sentamos a conversar en un camerino tras el ensayo. "Cualquier cosa que podamos hacer en esos momentos vale la pena".

A una edad a la que la mayoría de los rockeros, si siguen vivos, se han convertido en homenajes o parodias de sí mismos, Springsteen parece haberse asentado en una rutina envidiable, con nuevas formas musicales que explorar y una obra que no envejece jamás. Con mucho que decir y un público pendiente de cada palabra que dice.

Y entre ese público -por si no había quedado ya claro- me incluyo yo mismo. Llevo mucho tiempo oyendo a Bruce Springsteen, aunque no puedo decir que fuera la banda sonora de mi juventud. Mis años de adolescente los pasé cautivado por el punk rock y sus diversas derivaciones y a Springsteen llegué tarde, pasada la etapa de la vida en la que sus grandes himnos de amor, rebelión y escapada habrían podido ejercer más impacto. Por tanto, su música la relaciono con las penas y las satisfacciones de la edad adulta; no es una música que haya que superar, sino para la que hay que madurar.

Las mejores canciones de Springsteen, en mi opinión, hablan de equilibrio y estoicismo, de desilusiones y fe, de trabajo, paciencia y resignación. También hablan, muchas veces -incluso las que escribió cuando todavía era un veinteañero- de nostalgia, del deseo de recuperar los fugaces momentos de intensidad y posibilidades que asociamos con la idea de ser jóvenes.

Esos momentos, no por casualidad, suelen cristalizarse en cierto tipo de canción pop. Una canción, por ejemplo, como Girls in their summer clothes, que aparece de pronto a mitad de Magic y que es la que la E Street Band estaba tocando cuando mi mujer y yo entramos de puntillas en el Asbury Park Convention Hall. Eran poco después de las 10 de la mañana y el grupo llevaba más o menos una hora de ensayo, dentro de los preparativos para la gira por Norteamérica y Europa que comienza hoy en Hartford.

El Convention Hall es una sala de conciertos vieja y diminuta en la que, de adolescente, Springsteen vio tocar a The Who y The Doors. Esa mañana estaba lleno de un sonido brillante, veraniego, como si hubiéramos retrocedido 40 años hasta el paisaje sonoro de los sesenta, con Phil Spector, Brian Wilson y The Byrds. Steve van Zandt rasgueaba una guitarra de 12 cuerdas, y las armonías vocales, los teclados, el saxofón de Clarence Clemons y el violín de Soozie Tyrell formaban un exuberante colchón orquestal para la voz de Springsteen, que se derretía con una letra tan descaradamente romántica como el título de la canción.

"Quería que en el disco hubiera una cosa que reflejara el universo pop perfecto", me explicó Springsteen cuando el grupo se dispersó y después de terminar de comer un poco de cereales con fruta fresca y leche de soja. Dos días después cumplía 58 años, y tenía un aspecto más en forma y más bronceado que la última vez que le había visto, en la pantalla de vídeo Jumbo Tron del estadio de los Giants hacía unos años. "Ya sabe, ese día en el que coincide todo, ese mundo que sólo existe en las canciones pop y con el que, de vez en cuando, se tropieza uno".

No es que Girls in their summer clothes no tenga también un toque de melancolía. Al fin y al cabo, su narrador observa cómo las chicas del título "me dejan de lado". "Es la añoranza, el anhelo no satisfecho de ese mundo perfecto", continuó Springsteen. "El pop es divertido. Es una burla. Una burla importante, pero una burla, y ésa es su belleza y su gracia".

Al oírlo por primera vez, gran parte de Magic parece invadido de ese espíritu. Hay un sonido brillante y una ligereza que no se parecen a nada de lo que Springsteen ha hecho en los últimos tiempos. En los cinco últimos años ha publicado cuatro álbumes con canciones nuevas, un zigzag entre estilos y lenguajes nuevos y conocidos. The rising (2002), que sirvió para que la E Street Band volviera al estudio de grabación tras un largo paréntesis (de actualizar su sonido se encargó el productor Brendan O'Brien), respondía al trauma del 11-S con el rugido desafiante y redentor del rock sólido de toda la vida. Con Devils and dust (2005), Springsteen recogió el hilo de los relatos y las baladas acústicas del Oeste que se remontaba a otros proyectos al margen de la E Street, como The ghost of Tom Joad y Nebraska (además de algunas partes de The river). The Seeger sessions, publicado el año pasado, era como una vieja reunión de cantautores folk y de izquierdas, con un ruidoso grupo country que jugueteaba con los espirituales, las canciones de la Guerra de Secesión y las baladas de la Depresión.

Todos esos discos estaban habitados por el firme populismo de Springsteen, pero ninguno era lo que podría llamarse un disco pop. Sin embargo, ahora, ése es el término que él y sus músicos utilizan todo el tiempo para hablar de Magic. Steven van Zandt, que lleva 40 años tocando y discutiendo de música con Bruce Springsteen (los especialistas dicen que se conocieron el 3 de noviembre de 1967), destaca que, hasta ahora, las composiciones más melódicas y juguetonas de Springsteen no solían entrar en los álbumes.

"Con éste ha sido bonito empezar a incluir alguna cosa más", me dijo por teléfono unos días después de mi visita a Asbury Park, "un poco más de nuestro lado más pop, sin perder nada de nuestra integridad ni la calidad que nos exigimos. Fue una sorpresa estupenda, un buen cambio de ritmo, incluir esas cosas en el álbum, en vez de grabarlas por diversión y luego dejarlas apartadas".

Por su parte, Springsteen dice que, al escribir las canciones para Magic, había tenido "un nuevo enamoramiento de la música pop". "Recuperé algunas formas que antes, o no había usado o había usado poco, unas producciones de estilo pop. Escribí muchos ganchos. En realidad, las canciones empezaron a escribirse ellas solas, creo que porque me sentí lo bastante libre como para no tener miedo de la música pop. Antes, siempre quería que mi música fuera suficientemente dura para las historias que quería contar".

Lo paradójico de Magic es que contiene algunas de las letras más duras que ha escrito. El álbum, a veces, es una burla, pero nunca una broma. La canción que le da título parece un seductor fragmento de ruido de feria, como los que se podrían oír en el paseo playero de Asbury Park en los viejos tiempos. Un mago, con voz susurrante e insinuante, en una clave menor, te atrapa con unas descripciones de sus trucos que son cada vez más siniestras ("tengo una hoja de sierra reluciente / Sólo necesito un voluntario"). "No te fíes de lo que oyes / Y menos de lo que veas", advierte. Y el estribillo -"esto es lo que pasará"- se va haciendo cada vez más escalofriante a medida que uno absorbe los demás matices y sombras del disco.

Siempre se puede confiar en lo que se oye en un disco de Bruce Springsteen (como él dice, no es famoso precisamente por su ironía), pero en este caso merece la pena escuchar con atención, tomar nota de la oscuridad, por así decir, que acecha en el borde de los brillantes ganchos y armonías. "Adopté esas formas y ese lenguaje clásico del pop y lo enhebré todo junto con cierto malestar", me explicó Springsteen.

Y, aunque las canciones de Magic evitan referencias explícitas a los temas del momento, no cabe la menor duda de que ese malestar tiene, en gran parte, un origen político. La canción del título, me explicaba Springsteen, habla de la fabricación de ilusiones, del empeño declarado del Gobierno de Bush en crear su propia realidad.

"Es un disco que habla de la subversión contra uno mismo", dijo, de cómo este país ha saboteado y corrompido sus ideales y tradiciones. Y, a su manera, el propio disco se subvierte a sí mismo, al perturbar sus superficies suaves y placenteras con el crudo reconocimiento de una serie de hechos duros y desagradables.

Magic continúa donde acababa The rising, y hace un repaso de lo que ha sucedido en Estados Unidos desde el 11-S. Entonces, las experiencias colectivas de tristeza y terror estaban a la vista de todos. Ahora, esas mismas emociones acechan bajo la superficie, y eso significa que la catarsis del optimismo del rock and roll es más difícil de lograr. Las palabras clave de The rising eran esperanza, amor, fuerza, fe, y se apoyaban en una experiencia de duelo colectivo. En Magic hay mucha más soledad, y, a pesar del aire pop y relajado, mucho menos optimismo.

Las historias que cuentan temas como Gypsy biker y The devil's arcade son viñetas de las pérdidas personales sufridas por las parejas y los amigos de los soldados cuyas vidas han acabado o han quedado destrozadas en Irak. "El disco es un recuento de costes y pérdidas", explica Springsteen. "Ésa es la carga que debe soportar el adulto, siempre. Pero, en estos momentos, es la carga que debe soportar el adulto, elevada al cuadrado".

En conversación, Bruce Springsteen tiene muchas cosas que decir sobre lo que ha ocurrido en Estados Unidos en los últimos seis años. "Descorazonador y desgarrador. Para no decir enfurecedor": ése es su resumen. Pero la declaración más clara y enérgica que hace es la que se ve, como era de esperar, en el escenario. No es que diga ni cante nada especial, sino una mera cuestión de dramaturgia musical, el asunto aparentemente sencillo y puramente técnico de pasar de una canción a otra.

En el escenario del Convention Hall, el grupo abordó el nuevo material con una habilidad total -después de 35 años juntos, no tienen que hacer ningún esfuerzo para comunicarse-, y sólo se pararon para resolver algún problema concreto o para ajustar la mezcla de sonido. En cambio, practicaron la transición de The rising a su siguiente número, al menos, media docena de veces.

"¡Tenéis que sostener ese acorde, todos!", les instaba Springsteen. "No puede morir".

En este paso, los guitarristas tienen el reto añadido de mantener el sonido durante el cambio de instrumentos, una serie de carreras de relevos para el equipo que les ayuda a hacerlo, hasta que una nota disonante del órgano anuncia el cambio de clave y la atronadora apertura de Last to die. No es exagerado decir que la visión que tiene Bruce Springsteen de la historia de EE UU desde el 11-S puede medirse en el espacio entre los coros de esas dos canciones. El público se ve lanzado desde una exhortación enardecedora (Venid a la sublevación) hacia una pregunta conocida y sombría: "¿Quién será el último en morir por un error?".

"Por eso era necesario que nos saliera muy bien hoy", explicaba después. "Usted nos ha visto practicarlo. Es una cosa que tiene que surgir como si el mundo se viniera abajo, ese primer acorde. El final de The rising tiene que chirriar, y luego tiene que restallar y retumbar. Todo el concierto depende de esa transición. Por eso es por lo que subimos ahí, por esos 30 segundos".

Sin embargo, la noche no acaba ahí. Sobre el escenario, Last to die va seguido, como en el disco, por una canción titulada Long walk home. En la primera estrofa, el narrador viaja a varios lugares conocidos de su pueblo y experimenta un distanciamiento que resulta especialmente inolvidable por el lenguaje con el que lo describe: "Miré sus rostros / Todos eran extraños corrientes para mí". Esa expresión tan curiosa y arcaica -extraños corrientes- evoca un curioso lamento montañés del mismo título, que en su día grabaron los Stanley Brothers.

"En esa canción concreta, un tipo vuelve a su pueblo; no reconoce nada ni nadie le reconoce a él", explicaba Springsteen. "Eso es lo que vive el cantante de Long walk home. Su mundo ha cambiado. Las cosas que creía conocer, la gente a la que creía conocer, con cuyos ideales tenía algo en común, son extraños. El mundo que conocía le es extraño. En mi opinión, eso es lo que ha pasado en este país en los últimos seis años".

Y así las imágenes de una vida de pueblo ya desaparecida ("el café estaba cerrado / con un cartel que no decía más que 'me he ido") se convierten en metáforas, y la última está expresada con la claridad y la fuerza que caracteriza a las mejores letras de Bruce Springsteen: "Mi padre dijo: 'Hijo, tenemos / suerte en este pueblo, / es un lugar hermoso para nacer. / Te envuelve en sus brazos / nadie te agobia, nadie te abandona. / Sabes esa bandera / que ondea sobre el juzgado / significa que ciertas cosas son permanentes / quiénes somos y qué vamos a hacer / y qué no vamos a hacer'. / Queda mucho camino para volver a casa".

"Y ése es el final de la historia que contamos cada noche", dice Springsteen. "Porque así es como debe ser. Y así no es como están las cosas ahora".

Artículo de A. O. SCOTT (NYT) - Nueva Jersey - 02/10/2007
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
Edición digital de ELPAIS.com

2 comentarios

Andy -

Iba a ir con las salidas que organizaba la Stone Pony... pero lo he tenido que cancelar :(

Y ahora me arrepiento de ello. jo!

Paola -

Qué tal, Andrea?? Cómo va todo?? Yo acabo de volver de USA, donde he pasado el verano.

Grande Magic. Muy grande. Por cierto, vienes a Madrid para el concierto???