CRITICA DEL 2 CONCIERTO (10/10)
El baúl de la Piquer
Cuentan que Concha Piquer portaba un baúl de gala en gala, en el que unos aseguran guardaba sus más preciados trajes y otros juran haberla visto esconder a lo largo de sus viajes, cual tesoros, los más insólitos recuerdos, las más contrapuestas emociones. Verdad o mentira, la leyenda hizo el resto.
Baúles como aquél siguen rodando por carreteras, camerinos y escenarios. Tras tres discos en el mercado y casi cinco años de giras, alegrías y sinsabores, El Hombre Gancho pisaba las tablas del Gran Teatro para grabar un DVD con el que recapitular unos pasos marcados por cierto regusto agridulce.
El cuarteto convirtió la noche en un ejercicio de sinceridad, en un emocionado reencuentro; y para ello buscó la llave de su particular baúl, repleto de vivencias, de canciones, de viajes, de sueños y lo abrió sin vergüenza para compartir todo lo que ha ido guardando en él durante años, esturreando sin pudor todo lo que de una u otra manera ha contribuido a forjar lo que hoy es una banda de rock sólida marcada por un caprichoso destino.
Como intro se dejó escuchar una recuperada primera sintonía que los Gancho utilizaran hace años para abrir sus conciertos, allá por su gira iniciática; una pieza de Concha Piquer titulada No me quieras tanto. Menudo título, pues fruto de la casualidad o de la ironía podría ser la frase definitoria de su relación con BMG, multinacional que les acogió con grandes perspectivas y que no consiguió poner en valor, a pesar del cariño, sus claras posibilidades, negándoles al fin un nuevo contrato.
Pero aquello ya pasó, aunque la experiencia fue "el principio del desastre en el que nos hemos convertido", bromeaba Maikel. Borrón y cuenta nueva porque ahora lo importante es que están ahí, buscándose la vida, estrenando una autonomía que por lo que pudimos ver les sienta muy bien, alimentándose de la experiencia atesorada en el baúl.
Tocaron instalados en un escenario impecable, integrados en un magnífico planteamiento de luces, dibujados con preciosismo por un sonido tan claro como perfectamente armonizado, acompañados por una sección de metales y otra de coros acopladas al grueso con brillantez, y con el baúl abierto de par en par compartiendo dimes y diretes.
Los Gancho impactaron en el público, dieron calibre de banda de primera fila (algunas deberían tomar nota) mostrando una vez más su calidad, su capacidad para conectar, su frescura y espontaneidad, sus crecientes habilidades sobre el escenario y, sobre todo, una piel curtida a base de kilómetros.
A gusto, con un teatro volcado que lo mismo hacía el tren que la ola, abrazaba a Maikel cuando bajaba a puntear a las butacas, aplaudía o cantaba, tiraron de baúl para tocar singles de todas sus etapas, viejos y nuevos temas, algunos olvidados casi, mirando al frente con chispazos de ilusión en los ojos, confesando que llevan sólo lo ganado y olvidaron ya lo perdido, y que aún creen en aquello que soñaron cuando se fueron a dormir.
Su tesón no admite desalientos pues tiene visos de gesta, ahora que la industria decidió que no entraban en sus planes, y quieren gritar que puede existir otra vía más allá de los imperios, que "si la vida son dos días uno es para estar contigo y el otro para olvidarte". Y lo gritan como saben, sudando encima de un escenario.
Allí rubricaron sus guiños consabidos y consentidos a Sabina o Calamaro, sus homenajes al mundo orquestero y la verbena, sus chistes improvisados y esa inocencia aún no perdida que todavía asoma con frescura en sus conciertos.
Desempolvaron Dispara, Hoy, A santo de qué, El embustero, Navegantes, Ahora qué más da, El borracho, Mira, Tu idiota preferido, Calle pena, o La Rancherita, entre otras, y presentaron piezas nuevas, en un espectáculo que fue creciendo y creciendo para encontrar momentos prodigiosos en piezas como Cabaret, explosiva demostración de cualidades, intensa comunión, con la participación de la trompeta de Vicente Alcaide y el trombón de Rafa Martínez.
Completaban el equipo viejos y nuevos conocidos dignos del baúl como las teclas de Paco de Miguel, la percusión de El Chino y los coros de Manuel Escudero, Gema Adrian y Belén Martín. Todo pasó rápido y dejó buen sabor de boca, como recuerdos caducados que ahora vuelven en forma de sueños para ayudar a dibujar el camino que deben seguir.
Cuentan que Concha Piquer portaba un baúl de gala en gala, en el que unos aseguran guardaba sus más preciados trajes y otros juran haberla visto esconder a lo largo de sus viajes, cual tesoros, los más insólitos recuerdos, las más contrapuestas emociones. Verdad o mentira, la leyenda hizo el resto.
Baúles como aquél siguen rodando por carreteras, camerinos y escenarios. Tras tres discos en el mercado y casi cinco años de giras, alegrías y sinsabores, El Hombre Gancho pisaba las tablas del Gran Teatro para grabar un DVD con el que recapitular unos pasos marcados por cierto regusto agridulce.
El cuarteto convirtió la noche en un ejercicio de sinceridad, en un emocionado reencuentro; y para ello buscó la llave de su particular baúl, repleto de vivencias, de canciones, de viajes, de sueños y lo abrió sin vergüenza para compartir todo lo que ha ido guardando en él durante años, esturreando sin pudor todo lo que de una u otra manera ha contribuido a forjar lo que hoy es una banda de rock sólida marcada por un caprichoso destino.
Como intro se dejó escuchar una recuperada primera sintonía que los Gancho utilizaran hace años para abrir sus conciertos, allá por su gira iniciática; una pieza de Concha Piquer titulada No me quieras tanto. Menudo título, pues fruto de la casualidad o de la ironía podría ser la frase definitoria de su relación con BMG, multinacional que les acogió con grandes perspectivas y que no consiguió poner en valor, a pesar del cariño, sus claras posibilidades, negándoles al fin un nuevo contrato.
Pero aquello ya pasó, aunque la experiencia fue "el principio del desastre en el que nos hemos convertido", bromeaba Maikel. Borrón y cuenta nueva porque ahora lo importante es que están ahí, buscándose la vida, estrenando una autonomía que por lo que pudimos ver les sienta muy bien, alimentándose de la experiencia atesorada en el baúl.
Tocaron instalados en un escenario impecable, integrados en un magnífico planteamiento de luces, dibujados con preciosismo por un sonido tan claro como perfectamente armonizado, acompañados por una sección de metales y otra de coros acopladas al grueso con brillantez, y con el baúl abierto de par en par compartiendo dimes y diretes.
Los Gancho impactaron en el público, dieron calibre de banda de primera fila (algunas deberían tomar nota) mostrando una vez más su calidad, su capacidad para conectar, su frescura y espontaneidad, sus crecientes habilidades sobre el escenario y, sobre todo, una piel curtida a base de kilómetros.
A gusto, con un teatro volcado que lo mismo hacía el tren que la ola, abrazaba a Maikel cuando bajaba a puntear a las butacas, aplaudía o cantaba, tiraron de baúl para tocar singles de todas sus etapas, viejos y nuevos temas, algunos olvidados casi, mirando al frente con chispazos de ilusión en los ojos, confesando que llevan sólo lo ganado y olvidaron ya lo perdido, y que aún creen en aquello que soñaron cuando se fueron a dormir.
Su tesón no admite desalientos pues tiene visos de gesta, ahora que la industria decidió que no entraban en sus planes, y quieren gritar que puede existir otra vía más allá de los imperios, que "si la vida son dos días uno es para estar contigo y el otro para olvidarte". Y lo gritan como saben, sudando encima de un escenario.
Allí rubricaron sus guiños consabidos y consentidos a Sabina o Calamaro, sus homenajes al mundo orquestero y la verbena, sus chistes improvisados y esa inocencia aún no perdida que todavía asoma con frescura en sus conciertos.
Desempolvaron Dispara, Hoy, A santo de qué, El embustero, Navegantes, Ahora qué más da, El borracho, Mira, Tu idiota preferido, Calle pena, o La Rancherita, entre otras, y presentaron piezas nuevas, en un espectáculo que fue creciendo y creciendo para encontrar momentos prodigiosos en piezas como Cabaret, explosiva demostración de cualidades, intensa comunión, con la participación de la trompeta de Vicente Alcaide y el trombón de Rafa Martínez.
Completaban el equipo viejos y nuevos conocidos dignos del baúl como las teclas de Paco de Miguel, la percusión de El Chino y los coros de Manuel Escudero, Gema Adrian y Belén Martín. Todo pasó rápido y dejó buen sabor de boca, como recuerdos caducados que ahora vuelven en forma de sueños para ayudar a dibujar el camino que deben seguir.
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